
En una charla que se llamó “La persistencia de la vocación” y se realizó el sábado 8 de noviembre en la librería Medio Pan y Un Libro, las autoras conversaron sobre procesos de escritura, los modos de pensar sus cuentos, la influencia de Abelardo Castillo y las lecturas que las marcaron, entre otros puntos en los que mantuvieron diferencias y similitudes.
Con la publicación del reciente libro de Liliana Heker como disparador (Intimidad de un oficio, publicado por la editorial Godot), la charla entre las cuentistas tuvo la moderación de Andrés Wittib, periodista del portal Señalador, y rondó en torno a los temas propuestos en el ensayo y el detrás de escena de la literatura de ambas escritoras.
A continuación reproducimos la conversación entre ambas escritoras.
Moderador: Una de los primeros temas que plantea Heker en Intimidad de un oficio es que el punto más conflictivo en el proceso de escribir ficciones es “la situación o tema a ser narrado”, la búsqueda por el tema narrable.
Liliana Hecker: La cuestión es cuál es ese tema que me engancha y que me hace querer escribirlo fatalmente. Esto no quiere decir que cuando llega ese momento en el que me engancho ya tenga todo resuelto. No tengo nada resuelto, ahí es donde empiezan todos los problemas, pero no me importa. Ahí empieza realmente para mí el acto de escritura, en toda esa búsqueda: cómo lo encaro, desde donde lo cuento, dónde empiezo, cómo va a ser la trama. Todo eso para mí es parte de la escritura y no necesariamente escribiendo, sino que convivo con esa situación. Eso para mi ya es la alegría de escribir con todas las complicaciones, búsquedas y errores. Todo eso es complejo, casi nunca es sencillo, pero para mí eso es hermoso, eso es estar escribiendo. A mis 18 años eso ya era un problema, era conflictivo: qué escribo, cuál es el tema que me atrapa. Uno piensa que la realidad está llena de temas, y uno está lleno de fantasías y cosas que lo atraviesan, pero qué es lo que escribo… A esta altura de mi vida me interesa mucho cómo es eso de estar escribiendo, que es una de las cosas que me pregunto en Intimidad de un oficio. Son dos momentos distintos, uno es cuando sabes qué vas a escribir y el otro es determinar el cuándo lo vas a escribir.
Alejandra Kamiya: Bueno primero agradecer porque es un honor para mi estar acá al lado de Liliana. La búsqueda por el tema yo no la vivo como un problema, para mi no hay día en que no se me ocurra un cuento, siento que hay todo el tiempo cuentos. Ni tampoco me parece que un cuento sea más importante que otro, porque los siento como puerta de entrada, como excusas para hablar de alguna cosa que todavía no conozco y necesito ir a un cuento para llegar a eso que realmente quiero escribir y leer al mismo tiempo.
Moderador: Otra cosa que menciona Liliana es lo que pasa cuando se publica una obra, y habla sobre preveer el hueco, ese vacío que puede ser arduo, y tratar de llenarlo con una obra siguiente ¿Cómo es ese momento de vacío cuando terminó un proyecto y comienza otro?
Liliana Heker: Yo convivo con una colección de temas que alguna vez voy a escribir. La cuestión es que esos temas, algunos todavía no me engancharon. En algún momento voy a decir ‘esto es lo que quiero escribir ahora’ y ahí sí, contra viento y marea, sé que lo voy a escribir, pero no está prevista esa necesidad. En algún momento se crea esa necesidad. A veces, es una necesidad exterior. Por ejemplo, en el caso de “La fiesta ajena”, en realidad yo durante años intenté escribirlo, pero no me gustaba lo que estaba escribiendo y lo abandonaba. En 1980, en plena dictadura militar había aparecido un poeta maravilloso, que es Fernando Noy, que es un transgresor total, y vino de Brasil. Un gay declarado que perturbaba mucho a los hombres, porque era capaz de piropearlos y se ponían todos muy nerviosos. Era un tipo extraordinario y además conocía toda la literatura argentina, todos lo querían. Un día me llama y me dice que tiene una idea genial para una antología de cuentos que iba a llamar “Cuentos para leer en la playa”, con todos cuentos inéditos donde iban a estar Bioy Casares, Abelardo Castillo y me pedía un cuento a mí. Y yo le dije ‘nunca voy a publicar en un libro que se llame cuentos para leer en la playa’ y me dijo ‘entonces sos una tarada, porque el libro se va a vender muchísimo y al mismo tiempo va a ser muy bueno por todos los autores que tiene’. Entonces, pensé ‘si me van a leer en la playa los voy a joder’. Es doloroso, pero fue el móvil que yo tuve después de tantos intentos fallidos para encontrar el cuento. Ahí lo encontré y me dí cuenta de lo que había fallado en el cuento: yo empezaba equivocadamente, no terminaba nunca de empezar. Y cuando estuve decidida, ya había metido al personaje de cabeza sin dar tanta explicación. En ese caso la motivación fue externa. En otros casos las motivaciones fueron internas. El tema de la voluntad, alguien que cree que con voluntad puede conseguir todo, es un tema que me ronda y que tiene bastante que ver conmigo, pero es un tema interno que yo necesitaba encarar. Hasta que no aparece esa motivación estoy rondando en todos los temas que tengo y no me engancho y ese es el vacío. Si ese vacío en el que no encuentro qué escribir se prolonga a mí me angustia, porque me plantea algo que no tiene respuesta. Porque si no puedo escribir, ¿qué garantía tengo de que sí me van a volver las ganas? Porque oficio a esta altura sé que tengo, pero ese enganche, ese ‘lo que quiero escribir’ que motiva realmente la escritura, no hay ninguna garantía de que ocurra.
Alejandra Kamiya: Perdón, soy siempre la disidente, pero no conozco ese momento, porque siempre estoy con proyectos superpuestos, tal vez porque soy muy dispersa, pero siempre tengo cuatro, cinco o seis temas abiertos, entonces no llego a ese problema del vacío. Yo siento que hay algo como en ebullición todo el tiempo internamente, en cuestiones, en preguntas y siempre se encuentra algo externo, por eso todo el tiempo está esa fricción. Y pensaba, porque Liliana hablaba recién de cierto temor a en algún momento no tener más ganas de escribir, o no tener qué escribir. Y, al revés, yo siento que escribo para en algún momento no tener que escribir más.
Moderador: Hay otro punto en el que quizás haya una similitud entre ambas, que es el tema de la corrección. Liliana habla nombra la corrección como un aspecto disfrutable de la creación y quizás la corrección para otros puede ser tortuosa.
Liliana Heker: Yo siempre digo que para mí la primera versión de algo es el mal necesario. Esa primera versión, en general, no se acerca ni lejanamente a lo que yo quiero decir, a lo que yo percibo de una situación. Que una situación hable, que pueda comunicar cosas, eso hay que buscarlo. Ahí viene la verdadera búsqueda, el verdadero proceso creador. Muy pocas veces encontré algún texto que saliera de un tirón y que casi no tuviera que corregirlo. Yo estuve casi veinti y pico de años desde que se me ocurrió hasta que terminé “Zona de clivaje”, fue una búsqueda completa porque no solo iba buscando el texto, me iba buscando a mí, yo cambié mucho en esos años y la novela iba cambiando conmigo, pero el último capítulo lo escribí de un tirón, no pude parar, lo escribí completo y casi no tuvo correcciones. Eso, que suelen llamar inspiración, son momentos privilegiados y a mí me ocurren muy pocas veces. En general se trata de una búsqueda y esa búsqueda es un trabajo maravilloso.
Alejandra Kamiya: Abelardo [Castillo] tenía una frase que a mi me encantaba: “Corregir es corregirse”. Es sencilla, pero habla de todo lo que implica espiritualmente, toda una postura. Vos mencionabas esto del aspecto disfrutable y hace poco leí un librito de Alan Pauls, sobre escritura, que se llama “Fallar otra vez”, y ahí habla de lo odioso que es corregir y que es la peor parte del trabajo, y yo no lo siento ni disfrutable ni algo que deteste, sino un proceso como cualquier otro que tiene momentos más arduos o más ásperos, pero aún así un proceso.
Moderador: Y en relación a lo que decía Liliana de sentarse a escribir de un tirón, me parece que a vos hay uno de los cuentos que sí te pasó, que es El Pozo…
Alejandra Kamiya: Sí, varios. El Pozo, por ejemplo, me senté y lo escribí, pero no la última frase. Y tardé varios meses en escribir la última frase. Y Desayuno perfecto también. Yo escribo mucho también en mi cabeza, con palabras quiero decir. Entonces cuando me siento, es como solo un momento físico, a veces.
Moderador: Volviendo un poco para atrás, a la escritura, Liliana plantea que a veces no sabe cómo va a llegar a contar lo que quiere contar, o cómo arrancarlo, pero sí que tiene claro el final. ¿Cómo trabajan el método a la hora de abordar el cuento?
Liliana Heker: Yo no lo llamaría método, felizmente no soy metódica en absoluto, y mucho menos para escribir. No es que me proponga que no sea así, lo que pasa es que cuando se me ocurre una idea de cuento, el cuento viene con el final incorporado. Lo que se me ocurre en general tiene un final, muy pocas veces tuve que buscarlo, en los cuentos. Aconsejo que cuando una se sienta a escribir un cuento, no importa todas las escrituras previas, lo mejor es saber donde ir a parar, porque yo creo que los buenos finales no caen del cielo, pero cada uno escribe como puede. Lo que nunca sé es cómo voy a empezar. No hay nada dicho sobre cómo empieza un cuento. No me pasa lo mismo con las novelas, donde en general tengo un conflicto y por ahí el personaje central, todo lo demás lo tengo que inventar, de hecho en Noticias sobre el iceberg, el iceberg apareció cuando ya tenía muy avanzada la novela, lo descubrí muy tardíamente. La manera de escribir una novela, en mi caso, es totalmente distinta a cómo escribo el cuento.
Alejandra Kamiya: Yo no le doy mucha importancia. El final me parece una parte más del cuento, sí obviamente hay que trabajarlo, como todo el recorrido. No siento, en mi forma de escribir, que sea un lugar donde llego como una especie de conclusión, porque algo de la trama termina pero no me gusta la idea de conclusión, ni en mí, ni generarla en los lectores, sino que prefiero algo que quede abierto, flotando en el aire, más parecido a una pregunta.
Liliana Heker: No creo de ninguna manera que los finales sean una conclusión. Creo que no hay finales abiertos o cerrados. Todo final literariamente es cerrado porque hay una manera de decir, ese final que le da el completo sentido, por eso disiento respecto de sus propios cuentos, porque los finales de Ale son absolutamente significativos y tienen que ver con el principio. Ni hablemos de “Desayuno perfecto”, porque ahí el final es explosivo. En casi todos los finales hay algo que queda, hay un efecto poético que completa el sentido. No voy a hablar de cada uno de los cuentos de Ale, pero me fascinan y te voy a decir algo: a mi me hace bien leerte. Creo que saber el sentido de un cuento hace que de alguna manera uno sepa a dónde va, pero cada uno escribe como le sale. Creo que los finales son fundamentales porque hay algo más allá de lo cual no se puede pasar, no tiene sentido seguir. Esa es la sensación que yo tengo respecto de los finales míos y ajenos.
Moderador: Ambas tuvieron a Abelardo Castillo como maestro en distintos ámbitos, Liliana trabajando junto con él en las revistas, compartiendo el espacio de bares y cafés; Alejandra en una situación más formal de talleres… ¿Qué absorbieron de él, qué aprendizajes las marcó del trabajo con él?
Liliana Heker: Aprendí muchísimo de Abelardo. No lo sentí maestro, lo considero un maestro, realmente. No solo en la escritura, sino un maestro de vida, era un tipo muy excepcional. No solo aprendí y escuché críticas, sino que hice críticas. Yo escuché la primera versión de “La madre de Ernesto”. Yo aprendí muchísimo de Abelardo, pero al mismo tiempo aprendí muchísimo de la escritura que Abelardo iba haciendo. Tuve la oportunidad de escuchar sus cuentos mientras se estaban haciendo, o escucharlo a él con el propósito de escribir un cuento, fue un aprendizaje muy intenso. De la misma que manera aprendí muchísimo criticando y escuchando críticas de todos en las reuniones de El escarabajo de oro. Ahí estábamos Abelardo Castillo, Humberto Costantini, Ricardo Piglia, Miguel Briante, Vicente Battista. En esas críticas éramos impiadosos, todos criticábamos muchísimo, amábamos mucho la literatura y al mismo tiempo éramos muy jóvenes y muy soberbios, seguramente. Nos sentíamos parte de una generación, realmente lo éramos, hablábamos de la generación del ‘60 y, salvo Abelardo, ninguno de nosotros había publicado nada, era una característica de la época. Creíamos en lo que estábamos haciendo y que tenía cierto peso. La literatura era un acto vital, que se veía y se discutía, esa experiencia estaba en los talleres de Abelardo.
Alejandra Kamiya: Ella estaba a la par de Abelardo a los 17…
Liliana Heker: No, no, a la par no.
Alejandra Kamiya: Bueno, discutiendo como a la par, codo a codo, y yo ya fui vieja a lo de Abelardo, a los 40 y pico y como alumna. Lo que aprendí, como dijo Liliana, fue la literatura como actitud vital. Yo antes había ido al taller de Inés Fernández Moreno, que era muy lúdico, muy amable, y era lo contrario a lo de Abelardo. Con él era como una actitud vital y eso lo vi en su casa, su forma de vivir. Por ejemplo en la primera entrevista que tuve me preguntó, después de hablar de literatura, si tenía hijos. Le dije que sí, uno. Como que ya era una especie de incordio para la escritura. Y me dijo “¿marido tenés?” y yo pensé que iba a pensar que un marido podría cuidar al hijo y le dije “no, no tengo”, como diciendo “no cuento con ese recurso”. Y Abelardo me dijo “bueno, mejor, una cosa menos que cuidar”. Esa es la parte chistosa, pero su vida pasaba por la literatura, no solo la escritura, sino la lectura y la escritura.
Moderador: ¿Cómo organizan sus lecturas? ¿Qué están leyendo? ¿Se animan a recomendar algún libro?
Liliana Heker: Yo creo que desde los 6 años, desde que adquirí las herramientas para leer, no paré de leer nunca, para mí el objeto libro es irremplazable. Entiendo y acepto todas las formas de lectura y creo que saber leer y disfrutar la lectura es importante cualquier sea el medio, pero a mí me gustan los libros. Los libros son lo perfecto. Leer en ebook es como el papiro es una vuelta atrás. En cambio, recorrer las páginas de un libro es maravilloso, como objeto para la lectura es inmejorable. Me enamoré de la literatura a través de la lectura, después vino la escritura. A mí lo que más me importaba cuando había una entrevista de taller era qué leía cada uno, hasta qué punto habían descubierto la literatura. Creo que todo escritor primero se enamora de la literatura a través de la lectura y después dice ‘tal vez yo tengo algo para aportar ahí’, pero saber que uno está conviviendo con un sistema maravilloso de libros en el que a priori uno no hace ninguna falta. Para escribir uno necesita una mezcla de humildad y de soberbia. No es la literatura la que me necesita, yo necesito escribir. Cada uno verá hasta qué punto lo que tiene para dar puede ser algún aporte. A los 12 años leí Los Miserables, no sabía que era ideología y no sabía que era opción, pero yo se que opté ideológicamente, yo ya sabía de qué lado estaba. Son esos descubrimientos. También leí Juan Cristobal de Romain Rolland, diez tomos a mis 14 años. Juan Cristobal es músico y ahí yo sentí, pese a que después estudié física, que el único trabajo que tenía sentido era el trabajo creador. Amo la música pero para la música no soy buena, como acto creador lo único que tal vez podía hacer era la escritura y eso tiene que ver con mi elección. Juan Cristobal me marcó de la misma manera que en la adolescencia, a mis 17 o 18 años, me marcó por ejemplo Sartre, Thomas Mann e Ibsen. Tuvieron mucho que ver con mi conformación de la visión del mundo. Los tres le dieron forma a esa visión del mundo. Después la narrativa norteamericana fue para mí un enorme placer y aprendizaje. Cuando uno además escribe, ciertos libros que uno lee también proponen un nuevo placer, que es el descubrimiento de cómo están hechos, un libro que a uno le fascina a lo mejor abre posibilidades de escritura. Entonces, hay una enormidad de libros que para mí fueron fundamentales y siguen siendo. En este momento estoy leyendo varios. Y además leo mucho también a gente joven que me trae sus libros. Ahora estoy por leer a Gustavo Ferreyra que le pedí a la gente de Godot que me hablaron maravillas de él.
Alejandra Kamiya: Antes había dicho que yo escribo para en algún momento dejar de escribir, porque sé que en algún momento voy a terminar, es un modo de terminar, si no lo termino antes. Pero leer es algo que… no me alcanza la vida para leer un cuarto de lo que quiero leer. Así que es lo que más me interesa hacer, leer. Ahora quiero leer el de Liliana [Intimidad de un oficio], lo empecé a leer a Krasznahorkai porque no lo había leído y estoy releyendo —para mi se relee siempre— a Saer, que lo damos en los talleres y siempre lo vuelvo a leer y encuentro cosas nuevas. Estoy leyendo también a una autora que se llama Maeve Brennan que Eterna Cadencia acaba de sacar una antología de cuentos. Y, por algo que estoy escribiendo, estoy leyendo Nada se opone a la noche de Delphine De Vigan.
Liliana Hecker: Una autora que me fascina es Inere Nemirovsky, la leo y me sorprende y me deslumbra. Algo que dijo Ale, y vamos a coincidir otra vez, es que releer es maravilloso, releer es un poco releerse también, porque uno lee distinto algunos libros que leíste cuando eras más jóven y te fascinaron, lo volves a leer más grande y reparás en otras cosas. Por ejemplo, para mí un libro que fue impactante, la lectura y después muchísimos años después la relectura, fue La boca del Caballo, de Joyce Cary. Es una obra extraordinaria que leí muy joven y ahí el personaje es un artista totalmente loco y marginal que tiene 68 años. A mi me fascinó el libro pero al mismo tiempo me parecía un poco extravagante que a los 68 años tuviera esa creatividad, ese tipo de locura y desborde. Volví a leer ese libro a los 70 y sentí una total identificación, totalmente distinta a la primera lectura. También me pasó en 2001, en plena crisis, terrible, volví a leer la literatura francesa de pleno siglo XIX, Madame Bovary, volví a leer Rojo y Negro y la verdad fue una experiencia maravillosa. A Guy de Maupassant lo leo siempre, es mi gran maestro. Junto con Chéjov, pero la relectura es algo realmente maravilloso. No da el tiempo para todo lo que uno quiere leer.

Moderador: Queremos saber ¿qué están escribiendo?
Alejandra Kamiya: Como dije antes, soy muy dispersa, entonces tengo novelas abiertas. Tal vez no califica como escribir, pero yo lo siento muy parecido a una escritura, estoy en un proyecto audiovisual. Y después siempre estoy… escuché una charla que me provocó y me puse a escribir justamente sobre la escritura, sobre el tiempo de la escritura. Y después de leer tanto Saer empecé a hacer algunos ejercicios, de una escritura pseudo saeriana. En la pandemia yo venía mucho acá, a esta librería que recién había abierto, me escapaba con barbijo y guantes. Ahí empecé a escribir porque en la pandemia me traje a mis padres a vivir a mi casa y me la pasé mirando películas viejas con mi papá, mientras conversábamos, entonces empecé a escribir una novela sobre las películas y las conversaciones, pero al mismo tiempo tuve que cuidar a mi mamá que estaba muy enferma, de ahí me empezó a salir sin que yo me diera cuenta una novela sobre el cuidado de mi mamá. Por eso estoy ahora con Delphine De Vigan. Entonces esas otras dos cosas quedaron en suspenso mientras trabajo con el proyecto audiovisual y sigo escribiendo pequeñas cosas como ejercicios.
Liliana Heker: Es la pregunta que más odio. Estoy en plena búsqueda, estoy escribiendo algo. Sigo, increíble. Es algo en cierto sentido nuevo, está de alguna manera vinculado con Intimidad del oficio, pero es una mirada interna. Es un trabajo narrativo que trabaja sobre la memoria, pero no es un libro de memorias. Estoy esperando tener más tranquilidad para encararlo, pero se ve que todavía me da la máquina.
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Gracias a Ana Montero por la grabación de la charla. Las fotos son de Ornella Rapallini.
